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8 enero 2017 7 08 /01 /enero /2017 23:50
EL GOBIERNO DE LOS DE SIEMPRE

¿Siempre gobernarán los “de siempre”? ¿Nunca lo harán los “de nunca”? ¿El populismo consiste en imaginar que lo pueden llegar a hacer algún día?

En una democracia formal suponemos que gobiernan aquellos que son elegidos para hacerlo, de tal manera que si lo hacen “los de siempre” es sencillamente porque queremos que siempre nos gobiernen. No obstante el lector habrá adivinado que el uso de estos adverbios sustantivados tiene truco y nos encontramos ante un titulo y un contenido irónico que encubre una crítica apenas disimulada: ¿Cómo es posible que esto pueda ocurrir? ¿Cómo puede ser que gobiernen los “de siempre” en un país que está sufriendo una profunda crisis, no solo económica sino política y sobre todo de valores éticos?

Pero como digo, esto, de ser cierto, poca crítica debería recibir: sería el deseo de los electores que de forma permanente parecen optar por la seguridad de lo experimentado ante la incertidumbre de los cantos de sirena; o así se intuye en aquello que como mínimo nos acerca a la socorrida frase de “más vale malo conocido…”.

Para los muchos extrañados, indignados, antisistema, poseedores de la verdad, populistas, “quinceemeros” y demás personas que aspiramos a que algo cambie para que no todo permanezca igual, solo nos queda pensar que los votos que consolidan el sistema de intereses económicos de un país, o lo que más horteramente, y para no molestar, llamamos “status quo”, provienen de personas que son incapaces de ver lo que tienen ante sus ojos, ignorantes, esclavos de la televisión y de su simplismo. Fundamentalmente del populismo del que no se habla de los partidos en el poder; sus banderas falsas y sus personajes imposibles de creer. En definitiva, populistas no dejan gobernar a populistas. Ignorantes frente a exaltados, sin que nadie se reconozca en su papel ni en el del contrario.

Dicho todo esto como gentil introducción, puede resultar de interés para quien nos lee compartir unas líneas que nos lleven más allá de las habituales explicaciones que nos encontramos en las barras del bar. El debate de interés lo podemos situar en la siguiente reflexión: ¿el poder dispone de mecanismos de seguridad que impide que este se pierda cuando existe un consenso interesado en su mantenimiento?

¿Cuáles pueden ser los mecanismos de retención del poder? Planteemos los siguientes:

1º) El bipartidismo como herramienta de control institucional.

Cuando se habla por parte de los “insurgentes” de modificar la Constitución, de la necesidad de un nuevo proceso constituyente, de lo que se está hablando realmente es de utilización del poder en beneficio propio, de degeneración democrática, de trampas. El bipartidismo no es ni bueno ni malo, pero si algo es por encima de todo es un número: dos. Y dos es igual a pocos, por lo que es la cifra adecuada para ponerse de acuerdo; especialmente para hacerlo en lo que les beneficia: la oligarquía política.

La Constitución no es el problema, lo es su desarrollo en forma de Leyes Orgánicas, que son aquellas que necesitan mayoría absoluta para su modificación, lo que blinda cualquier alteración posterior del modelo institucional del país. ¿Y qué se ha regulado con Leyes Orgánicas? Todo lo importante: el control del poder judicial (nombramiento de los magistrados del Consejo General Judicial), el Constitucional (nombramiento de los miembros del Tribunal Constitucional), el Régimen Electoral General(que casualmente siempre beneficia a los dos primeros partidos), el Tribunal de Cuentas y el control de las Administraciones Públicas, los Estatutos de Autonomía, regulación del régimen de los Referéndum y participación en iniciativas legislativas… Entre otras muchas conclusiones debe quedar claro que no tenemos el sistema político e institucional que regula la Constitución, sino una de las posibilidades que ampara la Carta Magna, pero solo una, otras serían posibles. Otras que no favorezcan el control y politización de nuestras instituciones al servicio de los dos partidos históricamente en el poder. Ambos partidos han asegurado que la división de poderes sea algo de lo que se puede hablar en las sedes de sus partidos con cierta ironía en recuerdo de tiempos pasados en la universidad y en los libros de teoría política.

Un lema rige este acuerdo: lo que es bueno para nuestros partidos es bueno para el Estado.

2º) El bipartidismo como apariencia de elección.

Este país ha ido cayendo en una especie de obra de teatro que parece representar papeles diferentes, pero con la duda permanente de encontrarnos con el mismo actor cambiando su vestuario entre bambalinas. Lo que los politólogos llaman “cleavages”, esto es, los elementos de ruptura que diferencian posicionamientos políticos, han sido tradicionalmente articulados en el tradicional eje derecha-izquierda. El que dos partidos se situaran en el monopolio de esta representación, haciendo suyos a los votantes que se consideraban en uno de los dos lados, sin duda creaba la apariencia de alternancia y diversidad y ello a pesar de compartir más que lo que les separaba. Lo que les unía, y une, son dos acuerdos: el deseo de mantener la estructura institucional que les favorece y no contrariar a los poderes económicos que les resulta indiferente quien gobierne mientras sean ellos. Ninguno de los dos quiere otro interlocutor que no comparta esta visión común y ello se pone de manifiesto especialmente en los últimos años en los que la deriva neoliberal ha ido, no solo acercando a los aliados ante la presencia de nuevos enemigos comunes, sino acercando ideológicamente sus posicionamientos cuando el turno de gobierno les ha llevado a su ejercicio. Las campañas electorales son el único momento de cierta diversidad entre ambos, pero estas solo duran quince días.

El lema que les une es: nos resulta más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos.

3º) El bipartidismo como elemento de transmisión de los intereses económicos.

Unos ya lo sabían porque no dejaron de estar, de una forma u otra, en el poder, pero los otros lo descubrieron a partir de 1982. Lo que garantiza el poder y su alternancia pacífica y sin sobresaltos se basa fundamentalmente en no contrariar a los que diseñan la política económica, que no suelen ser los que gobiernan sino los que mandan. Mientras Alfonso Guerra dejaba las conciencias tranquilas a sus votantes con su beligerante verbo, el señor Boyer tranquilizaba con sus propuestas a los inversores. Desde ese momento España se convirtió en un país fiable y pudo entrar en el club de los comerciantes europeos. Y ello tuvo buenas consecuencias en parte y otras no tan buenas: la política económica, la laboral y especialmente la fiscal sería única; daba lo mismo quien gobernara, y así, salvo ligeros matices, con todos los ejes de las estructuras económicas del país. Pero lo que parece evidente en el ámbito nacional se convertía en escandaloso a novel local. Los antiguos caciques y los nuevos centros de poder financieros en forma de Cajas de Ahorro encontraron aliados para poder consolidar un poder económico basado en ladrillos, aeropuertos y medios de comunicación afines.

El lema que les une es: lo que es bueno para los poderosos es bueno para los que no lo son.

4º) el Bipartidismo como sistema de adormecimiento de la participación.

La democracia no es ir a votar cada cuatro años. Es, como mínimo, la posibilidad real de elegir y ser elegido, controlando el poder en un contexto de necesaria transparencia y conocimiento de la gestión pública. Los partidos políticos son por precepto constitucional el mecanismo para posibilitar esa participación real de la ciudadanía en sus intereses públicos. Durante estos años los dos partidos monolíticos se han convertido a sí mismos en cotos cerrados, burocratizados, en los que la profesionalidad ha sustituido a la desinteresada y altruista participación ciudadana. El partido como problema que enfrenta y anticipa sus intereses a los de la ciudadanía. Qué va ocurrir con mi gente y cómo vamos a financiar al partido se convierten en los dos grandes problemas cuando alguna de las dos grandes agencias de colocación salen de una institución. A partir de ahí no es de extrañar que España haya tenido el mismo índice de transparencia o percepción de la corrupción que Bután o Botswana y la impunidad delictiva sustituyera a la responsabilidad. El tradicional “pasotismo” no es producto de una generación sino un elaborado producto de laboratorio político. Los ciudadanos duermen un sueño inducido del que no empezaron a despertar hasta un cercano mes de mayo, posiblemente la adormidera del control de la sociedad llevaba a entregar el tesoro más preciado que puede tener una sociedad política: la participación.

El lema que les unía era: si dos individuos están siempre de acuerdo en todo lo importante, alguien está pensando por ellos.

Control de los mecanismo institucionales, apariencia de diversidad en lo ideológico, connivencia o al menos coincidencias con los poderes económicos tradicionales y una sociedad mantenida en tono bajo son, no solo lo problemas sino el principio de las soluciones que deben marcar un cambio político.

 

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