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17 febrero 2012 5 17 /02 /febrero /2012 18:19

En las fábricas de la Western Electric de Hawtorne, cerca de Chicago, un grupo de investigadores sociales solicitó permiso a la dirección para realizar un experimento. Querían medir los efectos del medio ambiental en el que se desarrolla el trabajo y comprobar en qué medida afectaban a la producción. En los años 20 del siglo pasado las grandes fábricas con métodos fordistas, en cadenas de producción, suponían el lugar adecuado para experimentar las condiciones laborales.

La dirección de la fábrica, conocedora del fin del experimento, dirigió a los investigadores a una sección concreta de las cadenas de montaje. En ella trabajaban un grupo de veteranas empleadas que venían desarrollando su tarea desde hacía muchos años. La dirección estaba convencida que este era un buen lugar para el experimento porque las señoras serían un buen “termómetro” para percibir las peores condiciones ambientales en el trabajo. Eran viejas y estarían cansadas. Seguro que al empeorar sus condiciones lo notarían rápidamente.

Los investigadores hablaron con las trabajadoras de la sección y les explicaron que las iban a observar. No les dijeron más. No existía peligro de que  pensaran que las fueran a despedir, porque en aquellos años para despedir a alguien no se hubieran tomado la molestia de poner un equipo de observación. Por tanto solo pensaron que las iban a observar.

 En la primera semana de experimento midieron su capacidad de producción en circunstancias normales. A partir de ese momento fueron progresivamente empeorando las condiciones ambientales en el que el mismo se desarrollaba. Se veía peor, la luz faltaba de forma cada vez más evidente. La temperatura fue bajando. Las trabajadoras necesitaban abrigarse y ponerse guantes.

Las condiciones ambientales habían empeorado , forzándolas los investigadores,  sencillamente porque la producción no disminuía. A pesar de su empeoramiento ellas trabajaban cada vez con más ahínco. La producción crecía en vez de bajar. Resultaba incríble.

El experimento fue un fracaso. No hubo manera de medir y establecer una relación entre índices de empeoramiento de las condiciones ambientales e índices de productividad .Lo curioso es que las trabajadoras no sabían nada de lo que ocurría, solo que las observaban.

Uno de los investigadores decidió hablar con la que parecía la más veterana del grupo de trabajo observado y explicarles lo que había ocurrido y le preguntó acerca de lo ocurrido.  Cómo era posible que no bajaran, sino lo contrario, la producción.

La señora lloró amargamente al conocer la realidad. No se esperaban eso. Ellas pensaron que por primera vez en cuarenta años que llevaban trabajando, haciendo lo mismo, alguien las había observado. Para ellas era muy importante saber que su trabajo era importante para alguien y decidieron mostrar de lo que eran capaces. Apenas pensaban en el empeoramiento de las condiciones del trabajo sino en que eran importantes para alguien.  Pero no, no era así. Simplemente habían sido parte de un experimento.

El experimento no sirvió para su fin; sirvió para otro mucho más importante.

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