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18 marzo 2012 7 18 /03 /marzo /2012 23:40

EL PACTO.

 

Los regímenes fascistas de los años treinta fueron la creación de la derecha totalitaria y económica para frenar el auge de los partidos comunistas. Las cédulas que Stalin había ordenado crear en la mayor parte de los países europeos desestabilizaron  las democracias liberales, especialmente en Francia y Alemania. Los Frentes Populares en España o Francia anunciaban la debacle ideológica.

 

Frenar el comunismo enfrentándolo al fascismo económico supuso una guerra como jamás se había conocido, superior a la que solo veinte años antes había destrozado Europa.

 

La solución para el capitalismo y para su continuidad, ante una mayoría de población trabajadora o proletaria que poco a poco había conquistado sus derechos políticos, estaba en encontrar una vía de encuentro, un camino intermedio entre comunismo y capitalismo. Un pacto.

 

La crisis de 1929 en Estados Unidos mostró este nuevo camino; su New Deal.

 

La post guerra afianzó una política económica diferente que supuso una inflexión decisiva, asumiendo los gobiernos occidentales responsabilidades en materia económica hasta entonces desconocidas y un salto cualitativo en su intervención en la política social. Este nuevo modo de entender la gestión política y el compromiso con los ciudadanos se denominó por los anglosajones  Welfare State, los franceses lo llamaron Etat-Povidence y los españoles Estado del Bienestar.

 

Un concepto diferente de economía para un nuevo Estado, que sin negar el papel de la iniciativa privada asegurara el mayor bienestar al ciudadano, cubriendo sus necesidades básicas, interviniendo de manera activa en materias hasta entonces reservadas a la libre competencia. Un equilibrio que permitía la iniciativa privada según esquemas clásicos del liberalismo económico y una mejora decisiva en las condiciones de vida de la mayoría de ciudadanos, trabajadores o proletarios, que también beneficiaba a la cada vez más numerosa clase media de pequeños burgueses. Seguridad Social, educación gratuita, seguridad ante el infortunio, garantizar unas condiciones dignas de vida supusieron una intervención decidida de las regulaciones publicas en la actividad de los agentes económicos.

 

LA CRISIS.

 

Las sucesivas crisis económicas, que de forma cíclica arrastran a los países más desarrollados a cuestionar las bases de su prosperidad, plantean con insistencia la crítica  a los que algunos consideran  "excesivo desarrollo de las conquistas sociales". La imposibilidad de su mantenimiento -afirman sus agoreros-  debería  suponer la relajación del Estado del Bienestar y la pérdida de las ventajas sociales para las clases medias. Curiosamente no se duda del mantenimiento del sistema capitalista, cuando precisamente las crisis económicas que lo cuestionan tienen su origen en las disfunciones del mismo, normalmente precedidas de enriquecimientos desmedidos que hacen saltar los controles del propio sistema, arrastrados por las ganancias fáciles y especulativas.

 

En definitiva, después de millonarios beneficios la solución a los desajustes que provocan consiste, precisamente, en hacer saltar por los aires el Estado del Bienestar. Es decir, que terminen pagando sus  consecuencias los que no se han favorecido del descontrol anterior. Ello se agrava cuando estos desajustes han sido amparados, e incluso potenciados por su inacción, por gobiernos de izquierdas, buscando el electorado la solución a la catástrofe en forma de crisis económica en partidos de derechas, que, por fin,  tienen las manos libres. La caída del muro de Berlín, por esperada y necesaria, no dejó de poner las cosas más fáciles en este aspecto. 

 

 Manos libres para argumentar que la solución está en el esfuerzo, dicen. El esfuerzo que todos debemos hacer consiste, querido lector y amigo, en que a usted le puedan despedir más fácilmente que antes, que posiblemente  tenga que pagar un dinero que antes no pagaba por las medicinas que consumía, que también termine pagando más impuestos que antes y que usted, posiblemente, cobre menos por hacer más, y todo ello con la perspectiva de fondo de que a pesar del esfuerzo que nos solicitan, usted vivirá peor que antes. Más por menos y contentos que podía ser peor. 

 

Puede que incluso terminemos sintiéndonos culpables de la situación. Eres tú el culpable de todo, ciudadano derrochón. Alguien nos hará creer que hemos vivido por encima de nuestras "posibilidades", sin decirnos qué idea tan limitada tienen ellos de nuestras posiilidades y cuál es el truco de magia que nos hace actuar por encima de ellas. Seguro que has oído que en su día gastamos mucho dinero, que el coche que compramos era demasiado para nosotros, que  la televisión plana no era para nuestros bolsillos, que cómo podíamos permitirnos ese móvil…La penitencia  a  nuestro pecado de avaricia consiste en perder buena parte de los derechos sociales que, por cierto, habíamos pagado con nuestros impuestos. Pero curiosamente el pecado solo lo han  debido cometer los que menos tenían y que ¡pobres!, por unos años pensaron que la sociedad de consumo también iba con ellos.

 

Esto es tan absurdo como el sentimiento de culpa ante la desgracia ajena de mucha gente, que sin disponer de  especiales recursos  se afanan en realizar obras de caridad, dar limosnas y adoptar niños del Tercer Mundo por correo, cuando los ricos de toda la vida enseñan sus  lujosas mansiones en las revistas, también de toda la vida, sin pudor alguno y por supuesto sin remordimientos.

 

Están equivocados: la culpa de las injusticias no la tiene el que menos posee sino el que más. La culpa de los desastres económicos no la tiene el que ha gastado un poquito más durante breve tiempo, sino el que viene derrochando como principio  de vida. Pero la verdad es que de tener alguien culpa creo que  la tenemos los que no somos capaces de decir hasta aquí hemos llegado. 

 

Por tanto una vez que ya estemos adoctrinados y todos seamos conscientes de que aunque pobres somos honrados, y por ello debemos pagar por lo que hemos hecho, estamos en disposición de abdicar de nuestro Estado del Bienestar. Pero perder las posiciones que tanto esfuerzo ha costado conquistar es un camino sin retorno. Es un compromiso de progreso y de entendimiento entre capitalismo y socialismo que no debería socavarse unilateralmente sin que tuviera contrapartida en el otro lado de la balanza. Si se pierde bienestar social el capitalismo debería perder también algo, Es lo justo. Es el pacto.

 

PACTO Y SISTEMA TRIBUTARIO.

 

Cuando surgió la necesidad de compatibilizar socialismo y capitalismo el gran problema resulto ser como financiarlo. Como hacer frente a  las mejoras sociales y a un Estado cada más intervencionista. Dos fueron las vías: primera, un sistema tributario justo basado en principios democráticos de progresividad - paga más quien más tiene- y segunda, el recurso a la deuda que permita inyectar dinero a la economía en los momentos de crisis. Los presupuestos de los Estados pueden dejar  de ser  equilibrados, siempre y cuando el desfase, el déficit, suponga actividad económica para mejorar desigualdades.

 

De este último tema ya hablaremos otro día. Que la deuda pública sea un problema para España, Grecia y Portugal, con los niveles más bajos de desarrollo de la Europa Occidental, no deja de ser una paradoja dramática. Y encima nos llaman PIGS.

 

 Si de lo que hablamos es de Impuestos para financiar un Estado más justo y una economía social, el pacto era difícil de cumplir para los grandes imperios financieros y las grandes fortunas. Ellos no podían pagarlos con principios progresivos y desde el principio se negaron. Era un coste que no estaban dispuestos a asumir. Tampoco los Estados democráticos podían permitir excepciones en sus territorios de soberanía porque socavaría la legitimidad del sistema y sobre todo porque de haber excepciones terminarían no pagando los que en todo caso deberían hacerlo: las clases medias. La mejora de su nivel de vida se basaba en sus propios impuestos. ¿Qué hacer entonces con las grandes fortunas?

 

PARAÍSOS FISCALES.

 

En Europa existían pequeños territorios que por sus dimensiones hacían innecesario el recurso a los impuestos. Estos ”paraísos fiscales” supusieron la solución al problema planteado. Los  territorios de nula o baja tributación serían el refugio adecuado a  las grandes fortunas, que al situarse artificialmente en estos países no pagarían en función de sus beneficios. Los Estados occidentales tampoco harían nada para evitarlo ya que la excusa resultaba perfecta: desconocerían lo que ocurriera en otras soberanías, permitiendo de hecho lo que todos sabían por más artificioso que resultara.

 

Tan buena resultó la idea que estos territorios de baja fiscalidad, estos paraísos para elegidos, se multiplicaron dentro y fuera de los países que los necesitaban. No hay más que marcarlos en el mapa y ver cuáles son sus vecinos para saber a qué intereses responden. La ventaja sería doble: una vez blanqueado el dinero volverían a invertirlo en sus países de origen sin haber pagado un euro de impuestos. Los mayores inversores de capitales en España son estos países. ¿A nadie le ha llamado la atención?

 

Durante años nadie, ninguna autoridad política, hizo nada para evitarlo. Por más que se considerara a una empresa de una u otra nacionalidad, los beneficios siempre “viajaban” a sociedades interpuestas que sustraían los impuestos al Estado real de residencia. Pero eso sí, mirando los gobiernos para otra parte y todos de acuerdo.

 

Pero algo empezó a cambiar. Los paraísos fiscales se fueron sofisticando y ofrecían un refugio tan seguro y tan opaco, a la vez que sencillo, que se “popularizaron” más de lo que estaba previsto.

 

En primer lugar para la delincuencia organizada (drogas, armas, terrorismo, prostitución…), que encontraron lo que buscaban para sus enormes ganancias. En segundo, para los “nuevos ricos” que se “apuntaron” también a lo que no estaba pensado para ellos, de tal forma que los Estados corrían el riesgo de perder realmente ingresos con los que contaban y, sobre todo,  legitimidad si el recurso a los “paraísos” se generalizaba de forma creciente entre quienes no les correspondía.

 

La persecución de la delincuencia y el inicio de los controles fiscales sobre deslocalizaciones tributarias de esos “nuevos ricos” empezaron a convertir estos territorios en un lugar ya no tan seguro. Había que hacer algo para recomponer la situación.

 

Los gobiernos se sentían cada vez más amenazados por la presión de las grandes fortunas y las corporaciones financieras. Sus “paraísos” ya no eran un lugar seguro y cualquier día podía producirse un “accidente”. La presión era mucha, y demandaban soluciones urgentes, lo que obligó a los Estados a romper las reglas del juego. Estaban dispuestos a crear “espacios sin tributación para privilegiados” pero este vez dentro de sus propias fronteras.

 

Estaban dispuestos y lo hicieron. Sociedades de Tenencia de Valores, Sociedades de Carteras de Valores (SICAV), fueron la solución y  no solo se multiplicaron en todos los  países occidentales, sino que entraron en clara competencia para atraer mayores capitales. Ante su sorpresa, el desconocimiento de todos, o  de casi todos, y la falta de información, consiguieron que no hubiera protestas. Con gobiernos de izquierda y de derecha el poder del capitalismo se había impuesto. Las grandes fortunas habían conseguido la tributación más favorable para sus capitales y sustraer su control a la Administración Tributaria. No pagaban impuestos y además impunes. Tampoco debemos extrañarnos; la Iglesia hizo lo mismo. Esa solidaridad “civil” no iba con ella.

 

Se ha impuesto la creencia general de que la economía es solo un saber científico, que funciona con las mismas reglas que la física y las matemáticas olvidando su componente social y por tanto impredecible. Ello supone que los expertos pueden terminar imponiendo una supuesta lógica económica que se superpone  a la simple lógica humana: ¿Cómo pueden pagar la crisis económica los ciudadanos que menos tienen? ¿Cómo pueden proponer medidas de ajuste sin tener en cuenta que un porcentaje muy alto de la riqueza del mundo occidental está fuera del control de los gobiernos y además de forma voluntaria por su parte?

 

Terminan tomando por tonta a la población. Es increíble. Por eso si alguna vez oye que le solicitan a usted que  haga un esfuerzo para salir de esta situación estará en su derecho para decir: ¡Que lo hagan ellos!

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Comentarios

C
Me ha gustado la entrada. Un poco larga pero interesante. Lo seguiré.
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