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9 diciembre 2013 1 09 /12 /diciembre /2013 11:09

LA BATALLA.

 

La batalla está prácticamente perdida. La posibilidad de mantener esferas de decisión técnicas y jurídicas al margen del control de oportunidad político está en fase de rendición.

 

Administraciones dependientes de poderes políticos territoriales  como las Comunidades Autónomas y  los Ayuntamientos, de forma muy evidente debido a la cercanía del poder político, se han convertido en verdaderas “cesantías” del siglo XIX, ocupando personas designadas políticamente cargos  con niveles incluso de jefes de servicio. Desde mi punto de vista ni tan siquiera un Director General debería ser una responsabilidad política sino exclusivamente técnica, por lo que el hecho de que ya lo sea un jefe de servicio parece aún mucho más desafortunado, convirtiendo nuestra situación actual en una auténtica vergüenza de la que pocos hablan.

 

Cada vez que se produce un cambio de gobierno estas administraciones se desmantelan literalmente. El profesional técnico debe permanecer oculto y controlado para no molestar. Cuerpos profesionales de prestigio han desaparecido en aras a la autonomía local para no frenar con sus “problemas técnicos” las decisiones políticas. Estas últimas no tienen límite y por lo tanto no deben ser frenadas por lo técnicos, argumentan. Salvo para ampararles penalmente, claro: “yo no sé nada, me lo dijo el técnico” suelen explicarles a los jueces.

 

Como si de un rincón de la Galia habláramos, algunas Administraciones habían resistido. Lo habían hecho porque durante años el propio poder político las había respetado conscientes de que la legitimación del sistema democrático en su conjunto hundía una de sus patas en la independencia y la  profesionalidad en la aplicación del saber técnico. Las había respetado también porque el denostado “corporativismo” se había hecho fuerte en ellas planteándose como contrapoder necesario siempre que lo fuera en su ámbito técnico.

 

Pero esto terminó. La guerra es total. Muchas de estas Administraciones aparentemente libres de intromisiones ilegitimas en sus decisiones entraron dentro del interés político, no ya en su control orgánico, que siempre lo estuvo, sino en el control de sus decisiones particulares, las que hasta ese momento se adoptaban por criterios técnicos.

 

Utilizaron como arma inteligente los “quintacolumnistas”. El enemigo en casa. Políticos con apariencia de técnicos que preservan su aparente independencia, pero no obedecen a más razón que la de las sedes de los partidos a los que aparentemente no pertenecen pero sí obedecen. Niños bonitos de buenas familias y vinculadas al poder, llevados en volandas desde sus universidades de elite y con preparadores ventajistas en las oposiciones, les permite obtener el título con el que infiltrarse en las líneas enemigas. Los dos grandes partidos tienen sus propias Fundaciones para enmascarar el adoctrinamiento de estos “jóvenes valores”. El PP y su FAES es un buen ejemplo que sirve para saber quién es quién; para saber quiénes son y de dónde vienen estos “portentos”. Una vez allí su carrera es meteórica, sin que nadie sepa por qué, solo ellos lo saben y quienes gusten consultar  las páginas web de estas Fundaciones.

 

Una vez dentro y planteada la batalla hay que domar a la bestia de la independencia. La estrategia de batalla adquiere forma de ceses indiscriminados, reestructuraciones internas –las llaman-, acusaciones veladas de politización previa de los represaliados (“parece que eran socialistas o del PP”. dicen unos y otros) sin reparar en que a esos cesados los habían nombrados ellos mismos, sin valorar que eran gente íntegra y que, por supuesto, no iban a permitir determinadas decisiones.

 

La argumentación muy habitual de que estas esferas de poder deben ser controladas políticamente también en sus decisiones concretas, en la medida que estas Administraciones adoptan decisiones políticas diferentes a las técnicas es aún más peligrosa. Cuando vemos como actuaciones administrativas, que deberían ser objetivas y profesionales, empiezan a ser parciales y favorecer descaradamente a grupos o personas determinadas descubrimos por fin cuáles son “esas” decisiones políticas que amparan la presencia de ignorantes de la gestión en puestos técnicos. La prensa diaria es un fiel observatorio.

 

Los “políticos” que ocupan puestos públicos -que deberían estar reservados a profesionales técnicos sin obediencia política-  suponen un lastre definitivo para el éxito de la función pública y para la buena consideración de la misma por los ciudadanos. Su número ha ido aumentado durante estos años sin consideración alguna al presupuesto equilibrado y solo mirando la necesidad de “colocar” a los suyos. Buena parte del peso de un político local de éxito consiste en tener un buen número de “estómagos agradecidos” que le deban su puesto de trabajo en cualquier ente público y en consecuencia les sirvan como apoyo en las “luchas internas” del partido.

 

Pero ellos están bien armados de argumentos. Controlan los mensajes al ciudadano: descrédito al funcionario real, que ya nadie  reconoce con la cantidad de vagos y parásitos que los partidos han colocado en todo lo que se asemeja a la función pública. Se le echa la culpa de todo: de lo que cobra, de sus vacaciones, de leer el periódico, de tener trabajo, de no perderlo como hace todo hijo de familia y encima de quejarse.

 

La burocracia la inventó el funcionario para legitimarse, oí el otro día a un genio que dirige la CEOE mientras legitimaba los paraísos fiscales, sin saber apreciar que la burocracia a la que tanto teme la inventaron sus amigos los políticos que quieren tener las espaldas bien cubiertas y hacer negocios, como en Catalunya, de la que tanto sabe y ha callado, con las empresas colaboradoras de la administración y de las que podría hablar si quisiera.

 

Yo, como funcionario, os aseguro que suprimiría la mitad de la burocracia pero para eso hay que querer y ellos no quieren.

 

Creo que necesitamos una regeneración política, democrática y por supuesto social  en este país.

 

 

Desgraciadamente J.S.Mill y M Weber se equivocaron. El problema no eran lo tecnócratas, ni los burócratas, ni los funcionarios. Ellos no controlarosn el poder. El problema fue el contrario. El poder político controló el poder técnico para asegurarse las decisiones particulares que les interesaban en cada momento. El problema lo son la gran cantidad de los que se hacen llamar "políticos", que sin oficio ni beneficio dirigen este país con el solo bagaje de su ignorancia y falta de legitimidad, amparados por un sistema de gobierno que les blinda y les otorga una impunidad que deriva en poco tiempo en lo que estamos hoy padeciendo. Los grandes políticos de la transición pasaron a la historia; huyeron despavoridos cuando vieron lo que se les venía encima.

 

Y esto, no lo olvidéis, es la mano que mece la cuna en la que se arrulla el monstruo de la corrupción.

 

 

 

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