Para los atenienses del siglo IV a.c. democracia y profesionalismo en cuestiones políticas no eran compatibles. Los políticos a pesar de la dificultad que se supone al arte del gobierno no deben ser profesionales de la política. Deben ser simples aficionados.
Hoy en día leer las líneas anteriores no nos produce hilaridad; más bien lo contrario, nos parece un valor compartido veinticinco siglos después.
La democracia consistía - en la cuna de la misma- en dejar los poderes decisivos de la “polis” en manos de aficionados. Así , sin más. La presunción era que si intervenían profesionales terminarían dominando la situación, por lo que los magistrados para ganarse el favor del pueblo solían alegar “su falta de experiencia” para excusar sus errores. Incluso oradores y políticos de la dimensión de Demóstenes se solían presentar ante el pueblo como “personas corrientes”. De esta forma el pueblo sabía que el político estaba de paso en la política.
A Platón estas ideas no le gustaban. El, como bien sabemos, no era un ardiente defensor de la democracia. En el Protágoras, Platón pone en boca de Sócrates y del mismo Protágoras la siguiente paradoja: Sócrates expresa su sorpresa ante la Asamblea por el hecho de que esta se comportara de manera diferente cuando se discutía de algo tan importante como el gobierno de la ciudad o bien cuando se hablaba de la construcción de barcos o edificios. En este último caso se convocaban a la misma a los grandes constructores o carpinteros de barcos para que dieran su docta opinión. Si alguien intervenía en la discusión sin la suficiente capacidad técnica era objeto de mofa y solía ser abucheado. Curiosamente ocurría todo lo contrario cuando se hablaba del gobierno de la ciudad, tema mucho más importante que la construcción de un barco. En esta ocasión todos podían intervenir: herreros, zapateros, marineros, ricos y pobres discutían sin que nadie reprochara la falta de conocimiento. ¿Cómo podía ser esto posible?
Protágoras recurre al mito: Zeus dotó de virtud política a todos los hombres, a diferencia del conocimiento técnico que solo reservó para algunos de ellos. Este es el principio de isegoria: en lo que afecta al gobierno cualquier ciudadano está lo suficientemente capacitado para que al menos su opinión merezca ser escuchada.
¿Verdaderamente hoy en día nos parece correcto que la política sea una cuestión de aficionados? Posiblemente cualquier ciudadano actual matizaría esta afirmación aunque la tendencia es asumir como principio compartido que el buen político sea un ciudadano corriente. Pero, ¿presumiría hoy el político -“ciudadano corriente” - de su desconocimiento de los temas de gobierno? Más bien no, presumiría de lo contrario. Dicho esto, ¿es posible ser un “ciudadano corriente” y tener un buen conocimiento de las cuestiones de gobierno dada su complejidad? Tampoco. La paradoja está servida. El político sigue presumiendo de su amateurismo pero la mayoría se dedican de forma profesional a ello y es en esta habitualidad de su ejercicio en la que basan su conocimiento y experiencia en el gobierno.
¿A qué se dedica un político?, ¿Qué es un político? La respuesta no debería ser la misma en la Antigua Atenas que en el momento actual. La política es el arte de gobernar. Gobernar es el arte de tomar decisiones en nombre de otros, provocando en estos el menor rechazo posible, en la medida que estas decisiones les afectan fundamentalmente a ellos y no a quienes las adoptan. El político, en consecuencia, es el que se dedica a ello; esto es, quien adopta decisiones que afectan a otros generalmente más inteligentes que él. De ahí el calificativo de “arte”. ….y no seré yo quien califique ese arte de engaño en beneficio propio, porque ya lo han hecho otros antes que yo.
Volviendo al tema que nos ocupa, cuando he dicho que la respuesta a las preguntas que planteaba no debería ser la misma en la Grecia Clásica que en el momento actual me refería principalmente a la extensión de la acción de gobierno. No es lo mismo tomar decisiones que afectan en ámbitos reducidos de la vida de las personas que cuando se hace, como en la actualidad, sobre amplísimas cuestiones que afectan a la vida civil, social, económica y política de las personas.
El Estado del Bienestar es un Estado complejo, poliedrico, con múltiples facetas interrelacionadas en un mundo globalizado. Ser político es saber adoptar las decisiones más convenientes dentro de un entorno hostil y competitivo para lo que es necesario conocer normas complejas y técnicas de gestión de organizaciones cada vez más grandes y sobre dimensionadas, que son las que verdaderamente rigen la vida de los ciudadanos actuales. En este ambiente de complejidad y de dominio de las técnicas de gestión de organizaciones es en la que se desenvuelve un profesional específico: el burócrata.
¿Sustituirá el burócrata al político? No cabe duda que su saber especializado lo sitúa en una posición de privilegio frente al político aficionado. Ello nos obligaría a sustituir el viejo aforismo griego del político como un ciudadano corriente por el de un ciudadano especializado y preparado en la gestión de las organizaciones políticas que al fin y al cabo conforman lo que conocemos por la Administración. Parece lógico sustituir a meros aficionados por expertos en las artes de la Gestión Pública. Un gestión compleja necesita de profesionales preparados.
¿Ocurrirá así? ¿El político se dejará arrebatar su puesto por el técnico? ¿Podrá hacer frente a la lógica que impone una gestión moderna de la política ya no basada en ideas sino en organizaciones que intervienen en la vida de los ciudadanos?
Seguiremos con este emocionante asunto.